lunes, 27 de octubre de 2008

Ética y anticoncepción

LEE EL TEXTO QUE SIGUE, Y PARTIENDO DE LOS FINES DE LA RELACIÓN SEXUAL, EXPLICA PORQUÉ ES INMORAL EL USO DE ANTICONCEPTIVOS.

Para entender lo que está permitido en las relaciones conyugales es necesario primero apreciar que estas relaciones se ubican dentro de un gran y amoroso plan de Dios. El plan de Dios sigue vigente aunque pocos lo obedezcan. Es posible vivirlo porque Dios da la gracia. Al entender y respetar el valor cristiano de la sexualidad, el matrimonio es capaz de expresar un amor auténtico que les llevará a la deseada felicidad.
Las relaciones conyugales tienen dos fines: El amor unitivo del matrimonio y la procreación de los hijos (apertura a la vida).
Amor unitivo
El amor requiere del matrimonio fidelidad y permanencia. Las relaciones sexuales constituyen un lenguaje con el que la pareja se dice mutuamente: "yo te amo incondicionalmente, fielmente, para siempre y con todo mi ser. Estoy comprometido/a a formar contigo una familia". En ese contexto, es normal y bueno que dentro de la relación conyugal hayan muestras del amor que los une y les hace felices de estar juntos. Estas muestras de amor son muy diversas e íntimas, son un don de Dios y del cónyuge.
Pero lamentablemente nuestra cultura le da mas valor al placer sexual que a los compromisos del amor conyugal. Esto provoca que muchos se crean fantasías y obsesiones sexuales y buscan a su conyugue para satisfacerlas. Entonces falta la honestidad y la pureza de intención. Ya no es en verdad una expresión de amor sino que se utiliza al cónyuge grosera y egoístamente. En vez de relacionarse como esposos que se aman, se busca al otro como objeto de placer. Entonces, si no se produce el placer anticipado se aumenta la explotación... se utilizan videos, libros eróticos, artefactos... También hay quienes recurren a fantasías en las que se quiere incluir a otras personas en la intimidad matrimonial. Sea en la forma que sea, aunque de pensamiento, si es consentido, constituye una forma de adulterio que es un grave pecado contra Dios y contra el amor conyugal cristiano. Nadie tiene derecho de imponer semejantes aberraciones a su cónyuge. Son denigrantes e indignas de personas que se aman. Estos comportamientos no se deben jamás aceptar. Si se permite una vez o en alguna forma, se abre el camino para que se arraigue el vicio y después será mas difícil detenerlo. Para evitar estas cosas es necesario continuamente cultivar y proteger la visión cristiana del matrimonio y evitar las tentaciones que el ambiente presenta.
Debo de aclarar que no es el placer lo que es malo sino el anteponerlo al amor. Como la carne tiende fuertemente a irse tras el placer, esta tendencia solo se vence cuando se entrena el corazón, renunciando las impurezas y dedicándose al servicio generoso. De lo contrario, los apetitos carnales van tomando fuerza y se imponen. La capacidad de amar se va reduciendo proporcionalmente.
Procreación de los hijos
La apertura a la vida es contraria al uso de anticonceptivos.
La anticoncepción o "control de la natalidad" es la interferencia deliberada en el acto marital para prevenir la concepción. La Iglesia Católica siempre ha enseñado que la anticoncepción es inmoral. La persistencia de los documentos papales sobre este tema indica que se trata de la enseñanza constante de la Iglesia.
Para comprender la enseñanza de la Iglesia sobre la anticoncepción es necesario comenzar por apreciar el propósito maravilloso de Dios para el amor conyugal.
La Encíclica Humanae Vitae confirmó la enseñanza de la Iglesia declarando inmoral "toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga, como fin o como medio, hacer imposible la procreación" HV, 14.
"En previsión del acto": Es por lo tanto inmoral el uso de cualquier sustancia farmacéutica anticonceptiva (Ej.: píldora anticonceptiva), de todo tipo de preservativo, de la espiral del útero, o cualquier otro medio artificial que se utilice como fin o como medio para evitar la procreación. En cuanto a la esterilización (perpetua o temporal), la encíclica enseña: "Hay que excluir igualmente, como el Magisterio de la Iglesia ha declarado muchas veces, la esterilización perpetua o temporal, tanto del hombre como de la mujer" (HV, 14).

"En su realización": Es por tanto inmoral la interrupción del acto para eyacular fuera de la vagina.

"En el desarrollo de sus consecuencias naturales": Es inmoral la "interrupción directa del progreso generador ya iniciado y sobre todo el aborto directamente querido y procurado, aunque sea por razones terapéuticas" (HV,14). Prohíbe por tanto prácticas tales como:

Abortivos
-"lavados" que impiden la fertilización o que anide el embrión en el útero
-la píldora "anticonceptiva" que en realidad también puede causar el aborto.
-la "píldora del día después" (es abortiva)
-los dispositivos intrauterinos, ya que estos actúan primariamente como un abortivo al prevenir la implantación en el útero del embrión, ya de una semana de concebido.,

Alternativa: Planificación familiar.

Utilizando métodos que son morales, muy eficientes, fortalecen al matrimonio y no tienen efectos negativos. No se deje engañar. ¡La alta precisión de estos métodos está científicamente comprobada!

viernes, 22 de agosto de 2008

Noción y dignidad de la persona humana

La dignidad del hombre
por el Padre Alberto Banchs

Conversar sobre la dignidad del hombre no es tocar ningún tema teórico, es intentar reflexionar todos juntos en quién soy yo, quiénes son los demás a quien estamos defendiendo, a quien es al que se asesina, eso es pensar donde está el fundamento de la bondad del hombre, cual es la contribución verdadera a la sociedad que tiene que estar apoyada en ese fundamento a la vida humana. Es un tema tremendamente real pudiéramos enfocarlo desde tres puntos de vista. Uno, cogiendo todos los filósofos de la historia, todos los humanistas y seleccionando un poco que han dicho, juntándolo, elaborándolo, meditándolo lógicamente no es el lugar, ni hay el tiempo ni es la ocasión de hacer aquí un trabajo de ese tipo.

Hay otros dos caminos: reflexionar un poco cada uno, asomarse a la propia conciencia y pensar ¿yo quién soy? La conciencia que uno tiene de uno mismo, podríamos seguir a uno por ahí. Y sobre todo un tercer camino: preguntarle al que nos hizo. Nadie conoce tan bien al ser humano como el que lo creó. Y preguntarle al Creador: Dios mío, y Tú ¿quién dices que somos? y Tú ¿qué dices de nosotros mismos? y Tú ¿qué nos enseñas sobre nuestro ser? y asomarnos a esto, a esa luz de Dios para entendernos mejor.

Bien, ¿quién es el hombre? Tal vez el primer enfoque sea ¿cuánto vale el ser humano? Cualquiera de nosotros conoce bien la historia y sabe durante muchísimos siglos que la esclavitud era una práctica bastante frecuente, por desgracia general, y uno se puede imaginar si por una cosa especial hoy día a nosotros nos vendieran como esclavos, la dimensión brutal que tendría. Imagínese que Ud. está en el mercado y le están vendiendo, ¿verdad? y ¿cuánto da por esta persona?, y todo el trámite de compra-venta, ¿verdad? Si fuera a mí... si ya está viejito no vale mucho, si fuera que es más joven pues vale más. Imagínese la cosa humillantísima e indignante hasta el fondo, pensar que a uno lo puedan vender o comprar.

Luego a los esclavos los marcaban con un hierro como al ganado, así se hacía o le abrían un agujero en la oreja significando "Ud. tiene dueño", es cosa que pertenece a alguien. Todos nos damos cuenta de que el hombre no tiene precio. Si cualquiera de nosotros estuviera en medio del mercado y estuvieran vendiéndole, uno por dentro protestaría hasta la última célula. "¡Yo no tengo precio, a mí no me pueden comprar ni vender por nada!

La grandeza del ser humano es tal que no hay ninguna cosa humana que pueda barrer algo equiparable a lo otro. Porque esto que todos percibimos como real, todos al ponernos en la situación de estar en medio del mercado pensamos, ¡imposible! A mí no se me puede vender ni comprar. ¿De dónde sale esto? Pues miren, dice el Concilio Vaticano II: "El hombre en la tierra es la única creatura que Dios ha querido por sí misma". Eso tiene consecuencias inmensas. Lo único que Dios ha querido directamente de todo el universo es el hombre, todo lo demás lo ha querido PARA el hombre. El hombre es lo único que tiene sentido del fin, el hombre es lo único que vale por sí mismo, todo lo demás vale para el hombre, vale en función del hombre, la idea del hombre es casi infinita. Lo único en el universo que de verdad importa somos los seres humanos, todo lo demás está puesto para nosotros, alrededor de nosotros, como instrumento de nuestro desarrollo, como instrumento de nuestro crecimiento, como instrumento de nuestra expresión. Somos lo único que realmente tiene sentido en sí mismo. ¿Por qué? Porque así lo ha querido Dios.

Y ¿cómo es esto posible? ¿Cómo es posible que uno se doble a veces? Yo tengo dignidad casi infinita, así me la dió el Creador. Es voluntad de Dios que el hombre sea imagen y semejanza de El, que el hombre sea un reflejo de lo divino, que el hombre tenga una grandeza imponderable, que el hombre no tenga valoración con ninguna cosa material, porque nada material equivale a esa imagen de Dios que está escrita en cada uno de nosotros, esa es la vida. Somos imagen y semejanza divina.

Bien, y podríamos intentar dar un paso más. ¿Por qué? ¿Por qué es tan grande el ser humano, por qué está por encima de todo el universo, por qué está por encima de todas las cosas? ¿De dónde sale esto? Nos damos cuenta de que la dignidad no surge de nosotros mismos, si surgiera de nosotros mismos, dependería de nuestros actos y el hombre que está incapacitado de actuar no valdría. La dignidad del hombre no nace de lo que el hombre es capaz de hacer, no nace tampoco de las cualidades del ser humano; si usted es más inteligente que yo tiene ventaja sobre mí, pero no es más hombre que yo. Y si es más alto que yo pues tiene ventaja si reta a jugar basket, pero tampoco es más hombre que yo. Es que cualquier cualidad que otro posea en más o en menos será ventaja o desventaja, pero no lo hace más ni menos hombre. El ser hombre está inscrito en la propia naturaleza, no en vez de las cualidades. Tampoco de la actividad que se desarrolló, es tan evidente que no es más el ingeniero que hace la calle, que el hombre que barre la calle. Son exactamente igual, hombres los dos. Uno hace una cosa otro hace otra, pero hombres, dignidad humana, exactamente la misma. Y menos todavía lo que cada uno tiene. Tan hombre es el rico como el pobre. Tan hombre el que posee mucho como el que no posee nada y está pidiendo limosna en la calle. Por eso es una tragedia que esté sufriendo esa pobreza. Entonces a todos nos resulta patente a poco que lo pensemos. La dignidad del hombre es innata, no sale de nosotros mismos, de nuestra actividad ni nuestras posesiones, está en nuestro mismo ser humano.

Y ¿por qué, de quien depende? Decíamos que del que nos creó. Dios quiso que fuéramos imagen y semejanza suya. No hay nada en el universo que se equipare al ser humano, nada en el universo que tenga un valor similar al del hombre. Nos ha amado tanto que nos ha elevado a ser hijos suyos.

Cómo es esto posible?

En el origen de cada ser humano, hay un acto creador de Dios. La unión del padre y la madre aporta la materia; pero el hombre no es sólo eso. En ese mismo instante Dios CREA de la nada un alma espiritual, única, inmortal, y la infunde en esa materia. Así en lo físico guardamos la semejanza de nuestros padres y en nuestro espíritu la de Dios. Por eso todo ser humano es digno de veneración.

Somos absolutamente irrepetibles, exclusivos. Cada uno tiene un sentido profundo, nadie es fruto de la casualidad, nadie es fruto del azar. Somos fruto de que Dios dijo, "yo quiero que este exista". Tal vez nuestros padres no sabían cuando se estaban uniendo, que iban a hacer un hijo, ni que iba a ser tal como luego resultamos, pero Dios absolutamente soberano y libre, en su amor infinito dijo: "yo quiero que este en concreto exista", y creó el alma; fíjese si hay dignidad, fíjese si hay grandeza del ser humano. Hay un volcar de Dios en toda Su omnipotencia diciendo: "este ser humano merece vivir, tiene que vivir más bien para siempre, a este ser humano Yo lo quiero". ¿Qué dignidad tan tremenda, verdad? ¡Que grandeza tan extraordinaria! No es la grandeza de la materia, no es la grandeza de una cosa que se puede comprar y vender, es la grandeza de un acto total de Dios además irrevocable. Dios no se arrepiente, una vez que existe un ser humano, ese ser humano va a existir por los siglos, de los siglos, de los siglos.

Por eso, todo hombre merece veneración, auténtica veneración. Se porte como se porte, haga lo que haga, merece más que respeto. Podríamos dar un paso y decir, bueno, ¿qué consecuencias tiene esto? Consecuencias, muchas. Yo quiero centrarme en unas cuantas, en seis.

1) ¿Cuándo arranca la dignidad del hombre? Yo no empiezo a tener dignidad cuando salgo de la universidad, ni cuando salgo de primaria, ni cuando soy capaz de ganar mi dinero. Yo empiezo a tener dignidad cuando empiezo a ser humano. Y ¿cuándo empiezo a ser humano? En el momento de la concepción. Desde ese instante que empiezo a ser, ya soy hombre o mujer. No hay ningún momento en que uno sea otra cosa. Somos hombres desde el primer instante, ser humano. Desde el primer instante soy hombre y por lo tanto con total y absoluta dignidad. Si es una barbaridad matar a uno de ustedes, nadie tiene derecho, igual barbaridad es matar a un niño pequeño, bastante más barbaridad. Usted se puede defender, el niño pequeño no se puede defender, el niño pequeño no tiene quien clame por él. Nosotros podemos gritar y hacer valer nuestro derecho en la vida, ese niño no. La dignidad arranca en el momento en que uno empieza a ser hombre y uno empieza a ser hombre en el momento en que es concebido, no hay antes ni después.

Un ejemplo, uno de nosotros puede tener un carro que no le funcione bien, que a unos meses de tenerlo siempre está parado, y se harta, dice, bueno este carro lo voy a quemar. Los vecinos dirían ese tipo está loco, ¿verdad? Quemar su carro, pero bueno total es su carro lo puede quemar, que haga lo que quiera, al fin y al cabo. Puede ser que lo que le moleste no sea el carro, puede que lo que le moleste sea el perro porque ladra en la noche, o por lo que sea; y puede un día hacer así y decir, bueno pues al perro lo mato, eso ya es un poco menos civilizado, ¿verdad? Y uno le diría crueldad, y una serie de cosas, pero podría matar al perro. Piensen, ¿podría un señor matar a su suegra por mucho que le moleste? Pues obviamente no. O ¿podría un padre de familia matar a su hijo porque es adolescente y no lo aguanta?, Pues obviamente no. ¿Por qué? Porque son seres humanos igual que él, uno puede destruir un automóvil o matar a un animal, y aún ahí ya sentimos el golpe de la crueldad, pero a un ser humano no se le puede matar. Entonces, ¿bajo qué derecho puede una mamá o un papá matar a su hijo, si ya es hijo, si ya es ser humano? Si es tan humano como uno de nosotros, si la vida humana empieza en el momento de la concepción; bajo qué razonamiento, o qué justificación se puede decir: "este como es pequeñito, se le puede matar". Si esto fuera así, entonces se puede matar a todo el mundo que no tiene tal cualidad, no quedaríamos nadie, ¿verdad?

Leía hace una semana, un médico norteamericano abortista que dejó de ser abortista y el cambio fue muy sencillo. Llegó una pareja y decía: hágame un aborto. Intentó hacer el aborto, yo no soy médico, no entiendo más acerca del tema, pero por lo visto no dilataba el cuello del útero de la señora, no se porqué. Dijo, "mire, mejor vuelva dentro de unos días." Ahorita no es el momento oportuno. Bueno, la señora ya no quiso volver, luego resultó que coincidieron de vecinos, esta pareja y él. Y él había tenido un niño también, más uno de la misma edad. Entonces luego, viendo a su hijo jugar con el niño que el no mató, cayó en la cuenta. Pues por lo visto el niño que él no mató era más bonito y más guapo y más inteligente que su hijo. Entonces cayó en la cuenta. A este yo lo hubiera matado, y cayó en la cuenta de lo que él hacía todos los días. Porqué se dedicaba a eso, a matar a seres humanos como ese. Es tremendo ¿verdad? Pensar que no tiene valor, que no tiene dignidad, que no es humano solo porque es pequeñito.

Es el peor de todos los razonamientos: "No tiene valor porque es blanco, porque es negro, porque es calvo, porque es bajo", por lo que sea, exactamente lo mismo.

Bien, segunda consecuencia de la dignidad humana. Cada ser humano es único, único. Yo creo que no hace falta ni demostrarlo. Ud. se pone a pensar, ¿habrá otro igual que yo en toda la historia? Y todos gritan "no". Imposible ¿verdad?, cada uno es tan especial. Tenemos maravillas y tenemos defectos pero cada uno es totalmente él, y hay algo que es peculiar mío que obviamente no nace de la materia, nace de ese ser tú, una creación particular de Dios. Jamás en toda la historia habrá alguien como nosotros, jamás, ni ha habido, ni hay, ni habrá. Entonces, cada ser humano es una riqueza irrepetible. Cada ser humano va a ser una aportación exclusiva y única a la historia. Cada ser humano tiene un sentido en su vida, cada ser humano es un tesoro invaluable. Cuando es el único cuadro que queda de un pintor famoso vale millones. Si cada ser humano es único, es imposible cifrarlo, tiene un valor inmenso. De hecho, la madre de Beethoven tenía todos los requisitos para abortar. Enfermedad de ella, enfermedad de su marido, el número de hijos, todo eran quejas. Y dice ella: "bueno, si lo hubiera matado, hubiera matado a ese genio extraordinario de la música". Pero todos somos extraordinarios, todos somos únicos. Cada ser humano que se mate, se está privando de alguien que Dios quiso que existiera.

La tercera consecuencia es que esa dignidad del hombre nos lleva a un punto muy claro. Cada ser humano es directamente querido. Nuestros padres tenían un deseo tremendo de que naciéramos y aún en el caso en que no, ahí está la acción de Dios. Cada ser humano es directamente querido por Dios, dentro de cada ser humano hay un sí completo de Dios. Dios juzgó que convenía que cada uno de nosotros naciera, que era importante que cada uno de nosotros naciera, que valía la pena y nos amó de un modo total. Qué cosa más violenta, pensar que alguien diga: "Dios no tiene razón, yo sí tengo razón, aunque Dios quiera que este niño venga al mundo, yo no pienso que deba existir, y aunque Dios le haya dado la vida yo se la quiero quitar". ¿Ridículo, verdad? Yo que no sé qué va a ser mañana, yo que no sé si yo mismo voy a vivir mañana; ¿voy a decidir el futuro de alguien? ¿Absurdo verdad?

Ningún ser humano es producto de la casualidad, ninguno, pensémoslo y veremos que es cierto, nadie nace por accidente. Si en el nacer hay un acto creador, hay una decisión del que lo sabe todo por los siglos, del que lo puede todo. No hay eso de que un ser humano cae porque sí, no hay azar en la existencia humana. Entonces contradecir un designio de Dios es de una gravedad brutal. Es ponerme yo frente a Dios y decirle: "tú estás equivocado, yo tengo razón. Tú te equivocaste al hacer que ese niño fuera engendrado, Tú te equivocaste al entregarle el alma, Tú fallaste, y como Tú fallaste yo lo voy a matar". Es violento, es durísimo, es ignorar a Dios mismo y la dignidad misma del hombre.

La cuarta consecuencia de la dignidad humana: la grandeza, una grandeza inimaginable. Una cosa vale más cuanto más dura. Una cosa de papel es indeseable, se rompe, se arruga, se gasta, no sirve para nada. Una cosa que va a durar mucho tiempo, vale mucho. ¿Cuánto va a durar el ser humano? A cuanto se extiende su existencia? ¿Hasta donde llega la vida de cada uno de nosotros? Y cuando uno se pone a pensar, yo voy a existir por los siglos sin fin, mi vida no tiene término, tiene comienzo, pero no tiene final. Soy un Sí definitivo y total, total. No hay nada que haga que yo sea aniquilado ni lo seré jamás. Uno se da cuenta pues qué grande es el hombre. Un ser que va a existir para siempre. Para siempre está más allá de nuestra inteligencia prácticamente. Leí hace muchos años un autor que decía que él cuando iba por la calle, de pronto se asustaba, viendo a la gente que se cruzaban corriendo y decía: "este dentro de un tiempo va a ser alguien extraordinario, si se va al cielo. Alguien lleno de gloria y de dicha y de gozo por la eternidad y si no se va al cielo, una tragedia eterna." El ser humano es trascendente, entonces, imagínese que injusticia tan brutal si usted fuera juez y alguien le dijera: "juzgue quién es culpable y quién inocente. Y en los elementos que le dieran para buscar fuera una foto, mire las fotos y diga quién es culpable y quién inocente. Ud. diría, no puedo juzgar así, ¿verdad? ¿Cómo va uno a juzgar si alguien debe vivir o debe morir? Si la vida humana una vez concebida, es eterna. ¿Qué son cien años comparados con la eternidad? Yo no puedo medir la vida humana por este pedacito que paso aquí en la tierra. No somos un perro, nuestra vida no termina cuando se deshace el organismo. No somos una bestia, nuestra vida vivirá por los siglos y los siglos. El acto creador de Dios es irrevocable. Tenemos la dignidad de la trascendencia, este ser que somos todos nosotros va a seguir siendo por los siglos. Qué cosa más seria. Vemos que la grandeza del hombre está por encima de nuestra capacidad aún intelectual. ¿Puedo yo entender la eternidad? ¿Puedo yo entender lo que significa para siempre, que para siempre voy a vivir? Qué grande es el ser humano, cuánto respeto merece.

La quinta consecuencia de la dignidad del hombre es que el hombre jamás es algo que se usa. El hombre no puede ser usado. ¿Por qué? Porque el hombre no es un medio, el hombre es un fin. Solamente los medios se usan. El hombre, Dios lo creó como fin, y el hombre tiene en sí mismo una finalidad exclusiva y única; el hombre existe por alguna razón concreta, para algo. El hombre jamás puede ser instrumentalizado y ud. lo capta inmediatamente. Cuando nos hemos indignado todos, cuando hemos sentido que alguien nos está usando, ¿verdad que hemos protestado por dentro? Cuando uno siente que alguien me quiere usar, cuando alguien quiere usar cualquier cualidad mía, o mi tiempo, uno se indigna, se molesta por dentro, yo no soy alguien que se puede usar.

No se puede usar el cuerpo de otras personas, no se puede usar el trabajo de otras personas, que no es un medio. No se puede usar el servicio de otras personas para encaramarse uno. El hombre no puede ser usado. Y todos lo percibimos, todos nos sentimos molestos cuando nos sentimos utilizados. Yo soy algo distinto.

El hijo no es algo que los padres usan para sentirse realizados, o que si piensan que les va a estorbar, y no lo necesitan lo pueden eliminar. Porque el hombre no es un instrumento. Yo si no quiero escribir tiro la pluma, si no tengo frío, me quito el sweater, pero el hijo, la persona humana, jamás se usa, vale por sí mismo. Tiene un fin propio peculiar, único, cada uno existe para algo. Entonces no se permite jamás enfocar al ser humano como algo que se va a usar. Nadie puede realizar sus proyectos a costa de otro ser humano; nadie puede completar sus ambiciones, sus ilusiones, sus deseos, a costa de otras personas. Mucho menos un padre a costa de sus hijos, mucho menos. No se puede conseguir tranquilidad o más bienes materiales a costa de asesinar, de considerar como medio para lograr mis fines al propio hijo. Si uno siente que es brutal usar a otro ser humano, más brutal aún es que los padres usen al hijo concebido.

La sexta consecuencia: la igualdad de derechos.

Todos sufrimos y nos indignamos al encontrar cualquier forma de discriminación: desde el Apartheid en Sudáfrica, al terrorismo político, pasando por toda manifestación de aplastamiento del derecho de los que no pueden defenderse. En la raíz de esa reacción está la clara conciencia que todo ser humano tiene unos derechos que no provienen de ninguna otra causa más que del hecho de ser hombre. Es decir, el respeto que se nos debe es totalmente independiente del color, posición económica, ideología política, situación social. Aún es independiente de la capacidad mental y física ¿Tan hombre es el paralítico como el sano; el retrasado mental como el genio. No se pueden relegar a una determinada categoría de seres humanos sin caer en la más atróz de las injusticias y quitar el fundamento de todo el sistema jurídico. Si alguien volviera a decir que sólo los varones tienen derechos y no las mujeres; todos reaccionaríamos con vehemencia ante tal sinsentido. ¿Cómo entonces tolerar que se niegue el derecho más básico -el de la vida- a los infantes que aún no pueden defenderse?

Leía hace poco una frase que de entrada me extrañó: "comprender exige igualarse". Al meditarla resultó muy clara la profunda verdad que encierra: sólo entiendo a alguien cuando me doy cuenta de lo que yo sentiría si estuviera en su pellejo; para comprender realmente a otro, debo verlo como mi igual: pensar que otros son distintos acaba significando que son menos hombres y tiene menos derechos.

¿Tiene más derecho el rico que el pobre? Todos clamamos, injusticia, es un abuso que se le de más derechos a unos que a otros. Tiene más derecho el que ostenta un cargo de poder que el que no tiene ninguno, entonces no. Eso da pie a todas las aberraciones. ¿Tiene más derecho el blanco que el negro? No, a todos nos hierve la sangre; ¿tiene más derecho el hombre que la mujer? No. Que ni siquiera por ser hombre o por ser mujer nacen los derechos, nacen por ser humanos. ¿Porqué va a tener más derechos el que tiene nueve meses que el que tiene tres en el vientre materno? ¿Se dan cuenta que el origen de todos los abusos en toda la historia de la humanidad es ese? Considerar que estos no tienen derecho, estos que pueden ser los de tal color, los de tal raza, los de tal partido político, los de tal ideología, los de tal actitud, y como no tienen derecho los margino o los elimino o los quito.

Estamos viendo la cosa más brutal, estamos viendo que el ser humano cuando es pequeño no tiene derechos, ¿si negamos el derecho a la vida, qué derecho queda? Todo se sustenta del derecho de vivir. Estamos aparentemente ante un gran desarrollo jurídico, y luego negando la igualdad de derechos, negando la dignidad del ser humano, negando que verdaderamente estamos ante un ser humano, cuando obviamente la ciencia y la razón nos demuestran claro que se trata de un ser humano. Hace muy poco leí una frase que de entrada me extrañó. Decía: "comprender es igualarse". Parece tonta la frase, ¿verdad? Pero tiene mucho adentro, cuando uno se pone a pensarlo un poquito. Uno sólo comprende, cuando se iguala. Si yo me pongo de igual a igual con alguien, si me meto en su pellejo, si me meto en sus zapatos, lo comprendo. Mientras yo me quedo sintiéndome distinto al otro no lo comprendo. Solo entiendo, solo de verdad comparto cuando me igualo. Y por el hecho es que todos somos iguales, igualémonos al no nacido. Si Ud. estuviera todavía en el vientre materno y tuviera conciencia, ¿que alegaría si supiera: mi madre me quiere matar? ¿Cómo se sentiría? "Esta mujer que me concibió me quiere asesinar, me considera estorbo, carga, impedimento", lo que sea. Solamente se comprende cuando se iguala. Nunca comprende uno el aborto si lo ve como desde afuera, que él es distinto a mí porque es más pequeño, eso justificaría todo, ¿verdad? Aquella persona de otra raza y de otro color es distinta a mí, por lo tanto la puedo maltratar. Todos somos iguales. Igualmente el ser humano por nacer, métase en esto y verá que jamás se puede.

Como conclusión yo quiero subrayar tres puntos:

1) Esa dignidad humana es fundamento de todo derecho. Si no se respeta ese valor del hombre, entonces ya no hay ningún fundamento. Cuando se respeta que el hombre por ser hombre tiene unos derechos, sobre eso se apoya todo lo demás. Si eso no es así, si no se respeta ese valor del ser humano, entonces, tendría otros criterios de respeto. Respetaré solamente a los que me conviene, o a los ricos, o a los poderosos, o a los de mi partido; y caeré en la injusticia más brutal. La misma historia; cuánta tragedia ha salido de ese no entender, que la dignidad humana es la fuente de todo derecho. Que todo ser humano, piense como piense, sea como sea, es digno, es humano, debe ser venerado y respetado. Cuando esto está muy claro todos comprendemos el cambio inmenso que eso supone, el respeto total a los demás.

2) Valorar la dignidad humana es la puerta de todo ideal de servicio. Ud. está aquí porque es una persona muy buena. Pero, ¿podría ud. tener un ideal que valiera la pena si no arrancara de ahí? ¿Si no arrancara de decir: "todo ser humano por el hecho de serlo merece mi esfuerzo, merece mi servicio, merece mi sacrificio"? Cuando uno no cree en la dignidad humana, ¿qué ideas va a tener? Ayudará a los que le conviene, o a los que piensa que sirven, pero uno mismo ya estará seleccionando no habrá un verdadero altruismo, un verdadero afán de servir a otros. Si no respeto a alguien por el mero hecho de ser hombre, estaré menospreciándolo. Si estoy escogiendo cualquier criterio, ese a mí me parece que es criterio de valoración: la raza, la inteligencia, el poder, la belleza, estaré discriminando a millones de semejantes. Entonces mi ideal será un ideal mezquino, mi servicio a la humanidad será pobrísimo, no podré de verdad ayudar a otros.

3) Descubrir la dignidad humana es asomarse a la propia grandeza, cuando una persona no comprende la dignidad de ser hombre, no comprende la seriedad de su existencia, el valor de su propia vida, la hondura de su proyecto personal. No comprende que vale la pena que él exista. No comprende que eso que le puede pesar mucho, que es tener tal cualidad o no tenerla, ser hijo de tal persona o no serlo, aquello no tiene importancia comparado con su grandeza, el hecho de que es un ser humano, que su vida tiene un valor y vale la pena, que su vida no tiene porque estar como atenazada por complejos. Si acaso un complejo de dignidad, de serenidad, de auto-estima, de capacidad de volcarse sobre otros. Soy un ser humano y tengo un valor inmenso, total.

Hemos ido viendo consecuencias de la dignidad humana. Yo quisiera ahora muy brevemente pensar un poquito en algunas aplicaciones de la dignidad humana, en algunos puntos en los cuales se manifiesta en concreto en qué se traduce la dignidad humana. De cara a la subsidaridad, ¿sabe lo que es eso, verdad? Es el respeto que merece cada ser, que a un ser nunca hay que suplantarlo, ¿Qué supone la dignidad humana? Que yo nunca puedo decir: este es tonto, yo voy a actuar por él, este no sirve, yo voy a actuar por él. Que siempre a cualquier ser humano por minusválido, por incapaz, por débil que sea tengo que hacerlo crecer, nunca desplazarlo ni suplantarlo. Que nunca puedo expresarme negativamente de nadie porque es hombre. Si todos somos iguales, todos somos hombres, todos valen igual que yo, todos merecen lo mismo que yo merezco, todos debían de tener lo mismo que yo tengo, todos deben participar de todo lo bueno que yo gozo. Si no se entiende la dignidad humana no se entiende la sociedad, no se entiende el servicio al prójimo, no se entiende nada. Solo hay justicia cuando hay dignidad, porque sino no hay igualdad. Si los hombres no somos igualmente dignos, entonces no cabe la justicia.

La libertad no me la da nadie, la libertad la tengo por ser hombre, por mi grandeza. Todo esto me da respeto, nadie puede decidir por mí, mucho menos decidir si voy a vivir o no, nadie puede optar por mí.

De cara a la verdad: hay que lograr que cada ser humano entienda la verdad en su propia existencia, la verdad del hombre. El hombre no es un consumidor, el hombre no es un parásito, el hombre no es un avaro, no es un dominador, el hombre tiene esa grandeza maravillosa y esa capacidad estupenda. Hay que lograr que el hombre entienda su grandeza de cara al amor. El hombre es lo único digno de ser amado por sí mismo. Y el único amor verdadero es a personas, no a cosas.

De cara a la moral: el hombre es el único que puede hacer conscientemente el bien, poseer el bien como algo propio, realizarse haciendo el bien.

De cara a la eficiencia: el hombre no puede esclavizarse, no puede simplemente decir, "yo tengo que producir, yo tengo que ser eficiente". No, el hombre vale no por lo que hace, sino porque es un ser humano.

De cara al éxito: el hombre no puede considerarse digno por lo que los demás piensen de él, sino porque así enano, es querido directamente por Dios.

De cara al progreso: nunca puede irse como de costa a la dignidad del hombre, no hay desarrollo si no se desarrolla el hombre; no hay mejoría, sino se mejora al hombre.

El punto de mira, el punto de valoración de toda la realidad es la dignidad del hombre. Hay que ver entonces el aborto, como la masacre de la dignidad humana. El aborto solo se entiende si se destruye la dignidad del hombre, solo cabe pensar en aborto cuando el hombre no vale por ser hombre sino vale por otras cosas, cuando el hombre como tal no es considerado. El aborto es la peor tragedia de la sociedad. No solamente se destruye la vida de un hombre, se destruye la dignidad misma de todos los seres humanos.

NOTA: El Padre Banchs dió esta charla en el Primer Congreso Internacional por la Vida y la Familia de Honduras, en Octubre de 1992.


jueves, 14 de agosto de 2008

La Moralidad de las Pasiones

1762 La persona humana se ordena a la bienaventuranza por medio de sus actos deliberados: las pasiones o sentimientos que experimenta pueden disponerla y contribuir a ello.
I Las pasiones
1763 El término ‘pasiones’ pertenece al patrimonio del pensamiento cristiano. Los sentimientos o pasiones designan las emociones o impulsos de la sensibilidad que inclinan a obrar o a no obrar en razón de lo que es sentido o imaginado como bueno o como malo.
1764 Las pasiones son componentes naturales del psiquismo humano, constituyen el lugar de paso y aseguran el vínculo entre la vida sensible y la vida del espíritu. Nuestro Señor señala al corazón del hombre como la fuente de donde brota el movimiento de las pasiones (cf Mc 7, 21).
1765 Las pasiones son numerosas. La más fundamental es el amor que la atracción del bien despierta. El amor causa el deseo del bien ausente y la esperanza de obtenerlo. Este movimiento culmina en el placer y el gozo del bien poseído. La aprehensión del mal causa el odio, la aversión y el temor ante el mal que puede sobrevenir. Este movimiento culmina en la tristeza a causa del mal presente o en la ira que se opone a él.
1766 “Amar es desear el bien a alguien” (S. Tomás de A., s. th. 1-2, 26, 4). Los demás afectos tienen su fuerza en este movimiento original del corazón del hombre hacia el bien. Sólo el bien es amado (cf. S. Agustín, Trin. 8, 3, 4). “Las pasiones son malas si el amor es malo, buenas si es bueno” (S. Agustín, civ. 14, 7).
II. Pasiones y vida moral
1767 En sí mismas, las pasiones no son buenas ni malas. Sólo reciben calificación moral en la medida en que dependen de la razón y de la voluntad. Las pasiones se llaman voluntarias ‘o porque están ordenadas por la voluntad, o porque la voluntad no se opone a ellas’ (S. Tomás de A., s. th. 1-2, 24, 1). Pertenece a la perfección del bien moral o humano el que las pasiones estén reguladas por la razón.
1768. Los sentimientos más profundos no deciden ni la moralidad, ni la santidad de las personas; son el depósito inagotable de las imágenes y de las afecciones en que se expresa la vida moral. Las pasiones son moralmente buenas cuando contribuyen a una acción buena, y malas en el caso contrario. La voluntad recta ordena al bien y a la bienaventuranza los movimientos sensibles que asume; la voluntad mala sucumbe a las pasiones desordenadas y las exacerba. Las emociones y los sentimientos pueden ser asumidos en las virtudes, o pervertidos en los vicios.
1769 En la vida cristiana, el Espíritu Santo realiza su obra movilizando todo el ser incluidos sus dolores, temores y tristezas, como aparece en la agonía y la pasión del Señor. Cuando se vive en Cristo, los sentimientos humanos pueden alcanzar su consumación en la caridad y la bienaventuranza divina.
1770 La perfección moral consiste en que el hombre no sea movido al bien sólo por su voluntad, sino también por su apetito sensible según estas palabras del salmo: ‘Mi corazón y mi carne gritan de alegría hacia el Dios vivo’ (Sal 84,3).
Resumen
1771 El término ‘pasiones’ designa los afectos y los sentimientos. Por medio de sus emociones, el hombre intuye lo bueno y lo malo.
1772 Ejemplos eminentes de pasiones son el amor y el odio, el deseo y el temor, la alegría, la tristeza y la ira.
1773 En las pasiones, en cuanto impulsos de la sensibilidad, no hay ni bien ni mal moral. Pero según dependan o no de la razón y de la voluntad, hay en ellas bien o mal moral.
1774 Las emociones y los sentimientos pueden ser asumidos por las virtudes, o pervertidos en los vicios.
1775 La perfección del bien moral consiste en que el hombre no sea movido al bien sólo por su voluntad, sino también por su ‘corazón‘.

miércoles, 16 de julio de 2008

Exito y crisis de la dignidad personal

Hoy casi nadie niega en teoría que todo hombre es "persona". Tiempo ha habido en el que se discutió sobre si la mujer lo era; o si los negros, indios y esclavos en general, tenían "alma". Se trataba de dilucidar -o de confundir, según los casos- la igualdad o desigualdad radical entre los seres humanos todos. Hoy, las expresiones "dignidad humana", "dignidad personal", "derechos humanos", están siendo muy empleadas, y esto es bueno.

Pero en la práctica a menudo se olvida, o se niega incluso, esa "igualdad" radical, en lo que atañe a derechos y deberes consiguientes. Es de lamentar que con mucha frecuencia no se usan tales términos desde una intensa valoración del ser personal, sino más bien como una lanzadera para reivindicar presuntas "mejoras" sociales, que no pocas veces resultan verdaderos atentados y lesiones al respeto debido a la persona. En la práctica se niega la igualdad de derechos - lo cual es tanto como negar la igualdad de "ser" o de "naturaleza" - a los seres humanos no nacidos, o nacidos con alguna deficiencia notable, o a los enfermos que suponen una carga para la familia o para la sociedad, a los deficientes mentales, etcétera. En los últimos lustros se extiende además la práctica de la manipulación genética en embriones humanos, como si fueran simples objetos, medios o instrumentos para beneficio de los (adultos) poderosos del momento o de la circunstancia.

Se ha dicho que "uno de los fenómenos más sobresalientes de nuestros días es la ambigua situación de la dignidad humana. Es, sin lugar a dudas, una de las nociones más invocadas. Sus excelencias son cantadas con acentos graves. Defenderla constituye el gran reto y la exigencia inaplazable de los sistemas políticos a la altura de nuestro tiempo. Vulnerarla supone, en fin, la expresión del mal radical, el indicio de una intolerable actitud profanadora del más íntimo e inviolable recinto personal. A la vez es una de las ideas más amenazadas. La degradación y el envilecimiento humano, síntomas claros de la crisis de la civilización contemporánea, están más generalizados en nuestros días que en cualquier otro periodo de la humanidad. Los atentados contra el hombre, realizados según se dice, en nombre de su dignidad, han adquirirdo un grado de crueldad y refinamiento difícil de imaginar en épocas pasadas. La banalización de la sexualidad es un fenómeno habitual. La violencia y la tortura, formas extremas ambas de atentar contra la persona y su dignidad, forman parte de la vida cotidiana.

«Todo ello ha hecho del presente una época de hastío hacia el hombre, que es considerado como mono desnudo, rata pérfida y perturbador de la naturaleza. La literatura contemporánea contiene numerosos testimonios de esa situación equívoca. Junto con el elogio encendido de la dignidad, se describe al hombre -sin reparar en la contradicción entre ambas cosas-, como ser aislado de los demás por abismos tan hondos que ni siquiera la buena voluntad puede franquear. La extrema inaccesibilidad del otro, la imposibilidad de entenderse con él de forma duradera, de atender a los requerimientos de su dignidad, no se ha percibido nunca tan dolorosamente como en nuestro siglo. "Vivir significa estar solo, -dice Hermann Hesse-, nadie conoce al otro, todos estamos huérfanos". Entre los hombres parece levantarse un muro que les impide acercarse y tratarse de acuerdo con las exigencias de su valor incomparable. Con estas desgarradoras palabras lo ha expresado Albert Camus: "nos miramos y no nos vemos, estamos cerca y no podemos aproximarnos"» (J.L. del Barco, Bioética. Consideraciones filosófico-teológicas sobre un tema actual, Rialp, Madrid 1992, prólogo, pág. 11-13).

Esta dolorosa realidad ha de tener una causa. Lo patológico no es originario. Y todo coincide con un desaforado anhelo de emancipación por parte del hombre. Borracho de mayoría de edad no ha caído en la cuenta de que se halla, en muchos aspectos, todavía en la inmadurez de la adolescencia; que no está en condiciones de entender el agustiniano ama y haz lo quieras, porque ha adulterado la noción misma de amor. La ha invertido hasta el punto de centrarlo en el yo en lugar de hacerlo en el tú. El verdadero sentido del amor está en el otro, no en mí. Amor es lo que me convierte en yo para el otro. Amar según el decir de los clásicos es, en cierto sentido, "descentrarse"; dicho de modo positivo: centrarse en otro que da sentido a mi vivir.

Y aunque no pienso que la dignidad de la persona no pueda percibirse al margen de la fe cristiana, es un hecho que la pérdida del sentido de esa dignidad coincide con la pérdida del sentido cristiano de la vida y del amor, con la negación teórica o práctica de Dios creador.

viernes, 6 de junio de 2008

LA MORALIDAD DE LOS ACTOS HUMANOS

1749. La libertad hace del hombre un sujeto moral. Cuando actúa de manera deliberada, el hombre es, por así decirlo, el padre de sus actos. Los actos humanos, es decir, libremente realizados tras un juicio de conciencia, son calificables moralmente: son buenos o malos.

I.- Las fuentes de la moralidad

La moralidad de los actos humanos depende:

  • del objeto elegido;
  • del fin que se busca o la intención;
  • de las circunstancias de la acción.

El objeto, la intención y las circunstancias forman las ‘fuentes’ o elementos constitutivos de la moralidad de los actos humanos.

1751. El objeto elegido es un bien hacia el cual tiende deliberadamente la voluntad. Es la materia de un acto humano. El objeto elegido especifica moralmente el acto del querer, según que la razón lo reconozca y lo juzgue conforme o no conforme al bien verdadero. Las reglas objetivas de la moralidad enuncian el orden racional del bien y del mal, atestiguado por la conciencia.

1752. Frente al objeto, la intención se sitúa del lado del sujeto que actúa. La intención, por estar ligada a la fuente voluntaria de la acción y por determinarla en razón del fin, es un elemento esencial en la calificación moral de la acción. El fin es el término primero de la intención y designa el objetivo buscado en la acción. La intención es un movimiento de la voluntad hacia un fin; mira al término del obrar. Apunta al bien esperado de la acción emprendida. No se limita a la dirección de cada una de nuestras acciones tomadas aisladamente, sino que puede también ordenar varias acciones hacia un mismo objetivo; puede orientar toda la vida hacia el fin último. Por ejemplo, un servicio que se hace a alguien tiene por fin ayudar al prójimo, pero puede estar inspirado al mismo tiempo por el amor de Dios como fin último de todas nuestras acciones. Una misma acción puede, pues, estar inspirada por varias intenciones como hacer un servicio para obtener un favor o para satisfacer la vanidad.

1753. Una intención buena (por ejemplo: ayudar al prójimo) no hace ni bueno ni justo un comportamiento en sí mismo desordenado (como la mentira y la maledicencia). El fin no justifica los medios. Así,.no se puede justificar la condena de un inocente como un medio legítimo para salvar al pueblo. Por el contrario, una intención mala sobreañadida (como la vanagloria) convierte en malo un acto que, de suyo, puede ser bueno (como la limosna).

1754. Las circunstancias, comprendidas en ellas las consecuencias, son los elementos secundarios de un acto moral. Contribuyen a agravar o a disminuir la bondad o la malicia moral de los actos humanos (por ejemplo, la cantidad de dinero robado). Pueden también atenuar o aumentar la responsabilidad del que obra (como actuar por miedo a la muerte). Las circunstancias no pueden de suyo modificar la calidad moral de los actos; no pueden hacer ni buena ni justa una acción que de suyo es mala.

II.- Los actos buenos y los actos malos

1755. El acto moralmente bueno supone a la vez la bondad del objeto, del fin y de las circunstancias. Una finalidad mala corrompe la acción, aunque su objeto sea de suyo bueno (como orar y ayunar ‘para ser visto por los hombres’).

El objeto de la elección puede por sí solo viciar el conjunto de todo el acto. Hay comportamientos concretos -como la fornicación - que siempre es un error elegirlos, porque su elección comporta un desorden de la voluntad, es decir, un mal moral.

1756. Es, por tanto, erróneo juzgar de la moralidad de los actos humanos considerando sólo la intención que los inspira o las circunstancias [ambiente, presión social, coacción o necesidad de obrar, etc.] que son su marco. Hay actos que, por sí y en sí mismos, independientemente de las circunstancias y de las intenciones, son siempre gravemente ilícitos por razón de su objeto; por ejemplo, la blasfemia y el perjurio, el homicidio y el adulterio. No está permitido hacer el mal para obtener un bien.

viernes, 18 de abril de 2008

Benedicto XVI habla de los derechos humanos

Visita a la Sede de la Organización de las Naciones Unidas
Viernes 18 de abril de 2008
Fuente: http://www.aciprensa.com/Docum/benedictoxvi/documento.php?id=143

Señor Presidente
Señoras y Señores

Al comenzar mi intervención en esta Asamblea, deseo ante todo expresarle a usted, Señor Presidente, mi sincera gratitud por sus amables palabras. Quiero agradecer también al Secretario General, el Señor Ban Ki-moon, por su invitación a visitar la Sede central de la Organización y por su cordial bienvenida. Saludo a los Embajadores y a los Diplomáticos de los Estados Miembros, así como a todos los presentes: a través de ustedes, saludo a los pueblos que representan aquí. Ellos esperan de esta Institución que lleve adelante la inspiración que condujo a su fundación, la de ser un «centro que armonice los esfuerzos de las Naciones por alcanzar los fines comunes», de la paz y el desarrollo (cf. Carta de las Naciones Unidas, art. 1.2-1.4). Como dijo el Papa Juan Pablo II en 1995, la Organización debería ser "centro moral, en el que todas las naciones del mundo se sientan como en su casa, desarrollando la conciencia común de ser, por así decir, una ‘familia de naciones’" (Discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, Nueva York, 5 de octubre de 1995, 14).

A través de las Naciones Unidas, los Estados han establecido objetivos universales que, aunque no coincidan con el bien común total de la familia humana, representan sin duda una parte fundamental de este mismo bien. Los principios fundacionales de la Organización –el deseo de la paz, la búsqueda de la justicia, el respeto de la dignidad de la persona, la cooperación y la asistencia humanitaria– expresan las justas aspiraciones del espíritu humano y constituyen los ideales que deberían estar subyacentes en las relaciones internacionales. Como mis predecesores Pablo VI y Juan Pablo II han hecho notar desde esta misma tribuna, se trata de cuestiones que la Iglesia Católica y la Santa Sede siguen con atención e interés, pues ven en vuestra actividad un ejemplo de cómo los problemas y conflictos relativos a la comunidad mundial pueden estar sujetos a una reglamentación común. Las Naciones Unidas encarnan la aspiración a "un grado superior de ordenamiento internacional" Juan Pablo II, Sollicitudo rei socialis, 43), inspirado y gobernado por el principio de subsidiaridad y, por tanto, capaz de responder a las demandas de la familia humana mediante reglas internacionales vinculantes y estructuras capaces de armonizar el desarrollo cotidiano de la vida de los pueblos. Esto es más necesario aún en un tiempo en el que experimentamos la manifiesta paradoja de un consenso multilateral que sigue padeciendo una crisis a causa de su subordinación a las decisiones de unos pocos, mientras que los problemas del mundo exigen intervenciones conjuntas por parte de la comunidad internacional.

Ciertamente, cuestiones de seguridad, los objetivos del desarrollo, la reducción de las desigualdades locales y globales, la protección del entorno, de los recursos y del clima, requieren que todos los responsables internacionales actúen conjuntamente y demuestren una disponibilidad para actuar de buena fe, respetando la ley y promoviendo la solidaridad con las regiones más débiles del planeta. Pienso particularmente en aquellos Países de África y de otras partes del mundo que permanecen al margen de un auténtico desarrollo integral, y corren por tanto el riesgo de experimentar sólo los efectos negativos de la globalización. En el contexto de las relaciones internacionales, es necesario reconocer el papel superior que desempeñan las reglas y las estructuras intrínsecamente ordenadas a promover el bien común y, por tanto, a defender la libertad humana. Dichas reglas no limitan la libertad. Por el contrario, la promueven cuando prohíben comportamientos y actos que van contra el bien común, obstaculizan su realización efectiva y, por tanto, comprometen la dignidad de toda persona humana. En nombre de la libertad debe haber una correlación entre derechos y deberes, por la cual cada persona está llamada a asumir la responsabilidad de sus opciones, tomadas al entrar en relación con los otros. Aquí, nuestro pensamiento se dirige al modo en que a veces se han aplicado los resultados de los descubrimientos de la investigación científica y tecnológica. No obstante los enormes beneficios que la humanidad puede recabar de ellos, algunos aspectos de dicha aplicación representan una clara violación del orden de la creación, hasta el punto en que no solamente se contradice el carácter sagrado de la vida, sino que la persona humana misma y la familia se ven despojadas de su identidad natural. Del mismo modo, la acción internacional dirigida a preservar el entorno y a proteger las diversas formas de vida sobre la tierra no ha de garantizar solamente un empleo racional de la tecnología y de la ciencia, sino que debe redescubrir también la auténtica imagen de la creación. Esto nunca requiere optar entre ciencia y ética: se trata más bien de adoptar un método científico que respete realmente los imperativos éticos.

El reconocimiento de la unidad de la familia humana y la atención a la dignidad innata de cada hombre y mujer adquiere hoy un nuevo énfasis con el principio de la responsabilidad de proteger. Este principio ha sido definido sólo recientemente, pero ya estaba implícitamente presente en los orígenes de las Naciones Unidas y ahora se ha convertido cada vez más en una característica de la actividad de la Organización. Todo Estado tiene el deber primario de proteger a la propia población de violaciones graves y continuas de los derechos humanos, como también de las consecuencias de las crisis humanitarias, ya sean provocadas por la naturaleza o por el hombre. Si los Estados no son capaces de garantizar esta protección, la comunidad internacional ha de intervenir con los medios jurídicos previstos por la Carta de las Naciones Unidas y por otros instrumentos internacionales. La acción de la comunidad internacional y de sus instituciones, dando por sentado el respeto de los principios que están a la base del orden internacional, no tiene por qué ser interpretada nunca como una imposición injustificada y una limitación de soberanía. Al contrario, es la indiferencia o la falta de intervención lo que causa un daño real. Lo que se necesita es una búsqueda más profunda de los medios para prevenir y controlar los conflictos, explorando cualquier vía diplomática posible y prestando atención y estímulo también a las más tenues señales de diálogo o deseo de reconciliación.

El principio de la "responsabilidad de proteger" fue considerado por el antiguo ius gentium como el fundamento de toda actuación de los gobernadores hacia los gobernados: en tiempos en que se estaba desarrollando el concepto de Estados nacionales soberanos, el fraile dominico Francisco de Vitoria, calificado con razón como precursor de la idea de las Naciones Unidas, describió dicha responsabilidad como un aspecto de la razón natural compartida por todas las Naciones, y como el resultado de un orden internacional cuya tarea era regular las relaciones entre los pueblos. Hoy como entonces, este principio ha de hacer referencia a la idea de la persona como imagen del Creador, al deseo de una absoluta y esencial libertad. Como sabemos, la fundación de las Naciones Unidas coincidió con la profunda conmoción experimentada por la humanidad cuando se abandonó la referencia al sentido de la trascendencia y de la razón natural y, en consecuencia, se violaron gravemente la libertad y la dignidad del hombre. Cuando eso ocurre, los fundamentos objetivos de los valores que inspiran y gobiernan el orden internacional se ven amenazados, y minados en su base los principios inderogables e inviolables formulados y consolidados por las Naciones Unidas. Cuando se está ante nuevos e insistentes desafíos, es un error retroceder hacia un planteamiento pragmático, limitado a determinar "un terreno común", minimalista en los contenidos y débil en su efectividad.

La referencia a la dignidad humana, que es el fundamento y el objetivo de la responsabilidad de proteger, nos lleva al tema sobre el cual hemos sido invitados a centrarnos este año, en el que se cumple el 60° aniversario de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre. El documento fue el resultado de una convergencia de tradiciones religiosas y culturales, todas ellas motivadas por el deseo común de poner a la persona humana en el corazón de las instituciones, leyes y actuaciones de la sociedad, y de considerar a la persona humana esencial para el mundo de la cultura, de la religión y de la ciencia. Los derechos humanos son presentados cada vez más como el lenguaje común y el sustrato ético de las relaciones internacionales. Al mismo tiempo, la universalidad, la indivisibilidad y la interdependencia de los derechos humanos sirven como garantía para la salvaguardia de la dignidad humana. Sin embargo, es evidente que los derechos reconocidos y enunciados en la Declaración se aplican a cada uno en virtud del origen común de la persona, la cual sigue siendo el punto más alto del designio creador de Dios para el mundo y la historia. Estos derechos se basan en la ley natural inscrita en el corazón del hombre y presente en las diferentes culturas y civilizaciones.

Arrancar los derechos humanos de este contexto significaría restringir su ámbito y ceder a una concepción relativista, según la cual el sentido y la interpretación de los derechos podrían variar, negando su universalidad en nombre de los diferentes contextos culturales, políticos, sociales e incluso religiosos. Así pues, no se debe permitir que esta vasta variedad de puntos de vista oscurezca no sólo el hecho de que los derechos son universales, sino que también lo es la persona humana, sujeto de estos derechos.

La vida de la comunidad, tanto en el ámbito interior como en el internacional, muestra claramente cómo el respeto de los derechos y las garantías que se derivan de ellos son las medidas del bien común que sirven para valorar la relación entre justicia e injusticia, desarrollo y pobreza, seguridad y conflicto. La promoción de los derechos humanos sigue siendo la estrategia más eficaz para extirpar las desigualdades entre Países y grupos sociales, así como para aumentar la seguridad. Es cierto que las víctimas de la opresión y la desesperación, cuya dignidad humana se ve impunemente violada, pueden ceder fácilmente al impulso de la violencia y convertirse ellas mismas en transgresoras de la paz. Sin embargo, el bien común que los derechos humanos permiten conseguir no puede lograrse simplemente con la aplicación de procedimientos correctos ni tampoco a través de un simple equilibrio entre derechos contrapuestos. La Declaración Universal tiene el mérito de haber permitido confluir en un núcleo fundamental de valores y, por lo tanto, de derechos, a diferentes culturas, expresiones jurídicas y modelos institucionales. No obstante, hoy es preciso redoblar los esfuerzos ante las presiones para reinterpretar los fundamentos de la Declaración y comprometer con ello su íntima unidad, facilitando así su alejamiento de la protección de la dignidad humana para satisfacer meros intereses, con frecuencia particulares. La Declaración fue adoptada como un "ideal común" (preámbulo) y no puede ser aplicada por partes separadas, según tendencias u opciones selectivas que corren simplemente el riesgo de contradecir la unidad de la persona humana y por tanto la indivisibilidad de los derechos humanos.

La experiencia nos enseña que a menudo la legalidad prevalece sobre la justicia cuando la insistencia sobre los derechos humanos los hace aparecer como resultado exclusivo de medidas legislativas o decisiones normativas tomadas por las diversas agencias de los que están en el poder. Cuando se presentan simplemente en términos de legalidad, los derechos corren el riesgo de convertirse en proposiciones frágiles, separadas de la dimensión ética y racional, que es su fundamento y su fin. Por el contrario, la Declaración Universal ha reforzado la convicción de que el respeto de los derechos humanos está enraizado principalmente en la justicia que no cambia, sobre la cual se basa también la fuerza vinculante de las proclamaciones internacionales. Este aspecto se ve frecuentemente desatendido cuando se intenta privar a los derechos de su verdadera función en nombre de una mísera perspectiva utilitarista. Puesto que los derechos y los consiguientes deberes provienen naturalmente de la interacción humana, es fácil olvidar que son el fruto de un sentido común de la justicia, basado principalmente sobre la solidaridad entre los miembros de la sociedad y, por tanto, válidos para todos los tiempos y todos los pueblos. Esta intuición fue expresada ya muy pronto, en el siglo V, por Agustín de Hipona, uno de los maestros de nuestra herencia intelectual. Decía que la máxima no hagas a otros lo que no quieres que te hagan a ti "en modo alguno puede variar, por mucha que sea la diversidad de las naciones" (De doctrina christiana, III, 14). Por tanto, los derechos humanos han de ser respetados como expresión de justicia, y no simplemente porque pueden hacerse respetar mediante la voluntad de los legisladores.

Señoras y Señores,
con el transcurrir de la historia surgen situaciones nuevas y se intenta conectarlas a nuevos derechos. El discernimiento, es decir, la capacidad de distinguir el bien del mal, se hace más esencial en el contexto de exigencias que conciernen a la vida misma y al comportamiento de las personas, de las comunidades y de los pueblos. Al afrontar el tema de los derechos, puesto que en él están implicadas situaciones importantes y realidades profundas, el discernimiento es al mismo tiempo una virtud indispensable y fructuosa.
Así, el discernimiento muestra cómo el confiar de manera exclusiva a cada Estado, con sus leyes e instituciones, la responsabilidad última de conjugar las aspiraciones de personas, comunidades y pueblos enteros puede tener a veces consecuencias que excluyen la posibilidad de un orden social respetuoso de la dignidad y los derechos de la persona. Por otra parte, una visión de la vida enraizada firmemente en la dimensión religiosa puede ayudar a conseguir dichos fines, puesto que el reconocimiento del valor trascendente de todo hombre y toda mujer favorece la conversión del corazón, que lleva al compromiso de resistir a la violencia, al terrorismo y a la guerra, y de promover la justicia y la paz. Además, esto proporciona el contexto apropiado para ese diálogo interreligioso que las Naciones Unidas están llamadas a apoyar, del mismo modo que apoyan el diálogo en otros campos de la actividad humana. El diálogo debería ser reconocido como el medio a través del cual los diversos sectores de la sociedad pueden articular su propio punto de vista y construir el consenso sobre la verdad en relación a los valores u objetivos particulares. Pertenece a la naturaleza de las religiones, libremente practicadas, el que puedan entablar autónomamente un diálogo de pensamiento y de vida. Si también a este nivel la esfera religiosa se mantiene separada de la acción política, se producirán grandes beneficios para las personas y las comunidades. Por otra parte, las Naciones Unidas pueden contar con los resultados del diálogo entre las religiones y beneficiarse de la disponibilidad de los creyentes para poner sus propias experiencias al servicio del bien común. Su cometido es proponer una visión de la fe, no en términos de intolerancia, discriminación y conflicto, sino de total respeto de la verdad, la coexistencia, los derechos y la reconciliación.

Obviamente, los derechos humanos deben incluir el derecho a la libertad religiosa, entendido como expresión de una dimensión que es al mismo tiempo individual y comunitaria, una visión que manifiesta la unidad de la persona, aun distinguiendo claramente entre la dimensión de ciudadano y la de creyente. La actividad de las Naciones Unidas en los años recientes ha asegurado que el debate público ofrezca espacio a puntos de vista inspirados en una visión religiosa en todas sus dimensiones, incluyendo la de rito, culto, educación, difusión de informaciones, así como la libertad de profesar o elegir una religión. Es inconcebible, por tanto, que los creyentes tengan que suprimir una parte de sí mismos –su fe– para ser ciudadanos activos. Nunca debería ser necesario renegar de Dios para poder gozar de los propios derechos. Los derechos asociados con la religión necesitan protección sobre todo si se los considera en conflicto con la ideología secular predominante o con posiciones de una mayoría religiosa de naturaleza exclusiva. No se puede limitar la plena garantía de la libertad religiosa al libre ejercicio del culto, sino que se ha de tener en la debida consideración la dimensión pública de la religión y, por tanto, la posibilidad de que los creyentes contribuyan la construcción del orden social. A decir verdad, ya lo están haciendo, por ejemplo, a través de su implicación influyente y generosa en una amplia red de iniciativas, que van desde las universidades a las instituciones científicas, escuelas, centros de atención médica y a organizaciones caritativas al servicio de los más pobres y marginados. El rechazo a reconocer la contribución a la sociedad que está enraizada en la dimensión religiosa y en la búsqueda del Absoluto –expresión por su propia naturaleza de la comunión entre personas– privilegiaría efectivamente un planteamiento individualista y fragmentaría la unidad de la persona.

Mi presencia en esta Asamblea es una muestra de estima por las Naciones Unidas y es considerada como expresión de la esperanza en que la Organización sirva cada vez más como signo de unidad entre los Estados y como instrumento al servicio de toda la familia humana. Manifiesta también la voluntad de la Iglesia Católica de ofrecer su propia aportación a la construcción de relaciones internacionales en un modo en que se permita a cada persona y a cada pueblo percibir que son un elemento capaz de marcar la diferencia. Además, la Iglesia trabaja para obtener dichos objetivos a través de la actividad internacional de la Santa Sede, de manera coherente con la propia contribución en la esfera ética y moral y con la libre actividad de los propios fieles. Ciertamente, la Santa Sede ha tenido siempre un puesto en las asambleas de las Naciones, manifestando así el propio carácter específico en cuanto sujeto en el ámbito internacional. Como han confirmado recientemente las Naciones Unidas, la Santa Sede ofrece así su propia contribución según las disposiciones de la ley internacional, ayuda a definirla y a ella se remite.

Las Naciones Unidas siguen siendo un lugar privilegiado en el que la Iglesia está comprometida a llevar su propia experiencia "en humanidad", desarrollada a lo largo de los siglos entre pueblos de toda raza y cultura, y a ponerla a disposición de todos los miembros de la comunidad internacional. Esta experiencia y actividad, orientadas a obtener la libertad para todo creyente, intentan aumentar también la protección que se ofrece a los derechos de la persona. Dichos derechos están basados y plasmados en la naturaleza trascendente de la persona, que permite a hombres y mujeres recorrer su camino de fe y su búsqueda de Dios en este mundo. El reconocimiento de esta dimensión debe ser reforzado si queremos fomentar la esperanza de la humanidad en un mundo mejor, y crear condiciones propicias para la paz, el desarrollo, la cooperación y la garantía de los derechos de las generaciones futuras.

En mi reciente Encíclica Spe salvi, he subrayado "que la búsqueda, siempre nueva y fatigosa, de rectos ordenamientos para las realidades humanas es una tarea de cada generación" (n. 25). Para los cristianos, esta tarea está motivada por la esperanza que proviene de la obra salvadora de Jesucristo.

Precisamente por eso la Iglesia se alegra de estar asociada con la actividad de esta ilustre Organización, a la cual está confiada la responsabilidad de promover la paz y la buena voluntad en todo el mundo. Queridos amigos, os doy las gracias por la oportunidad de dirigirme hoy a vosotros y prometo la ayuda de mis oraciones para el desarrollo de vuestra noble tarea.
Antes de despedirme de esta asamblea, deseo saludar a todas las naciones aquí representadas en las lenguas oficiales.

Paz y prosperidad con la ayuda de Dios!

viernes, 14 de marzo de 2008

Tarea: La fabrica de la felicidad

Vean este video de Coca-Cola (entra a: http://www.youtube.com/watch?v=UxDqz8payaw) y contesten en sus cuadernos:
1. ¿Qué tipo de felicidad es la que se ofrece en esta propaganda de Coca-Cola?
2. ¿Por qué Coca-Cola desea afirmar que es la "Fabrica de la Felicidad"? ¿Por qué piensa que su propaganda tendrá éxito con este tema?
3. ¿La felicidad que ofrece Coca-Cola es suficiente? ¿Por qué?
4. ¿Qué características debe tener la "felicidad" para que sea verdadera?
5. Pon 3 ejemplos de propagandas que ofrecen felicidad y comenta en cada una de ellas qué tipo de felicidad ofrecen.

Aborto por parto parcial (gráficos)

Aborto por Parto Parcial
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Aborto, dura realidad (versión editada)

Aborto, dura realidad (Versiòn completa)